Eugenio Siragusa.

Eugenio Siragusa.
Mensajes transmitidos desde el cielo a la tierra para una apertura de Verdadera Consciencia.

martes, 6 de septiembre de 2011

Contacto y compenetración en Sicilia el 25 de Marzo de 1952.

El día 25 de marzo a las seis de la madrugada se producía un acontecimiento que expresaba un punto fundamental del Programa y elegía a uno de sus protagonistas fundamentales: Eugenio Siragusa.

Eugenio Siragusa era un hombre fuerte, de tez morena y cabello negro peinado hacia atrás. Al despertarse a las cinco de la madrugada para acudir al trabajo pensó: “Me gustaría no tener que ir al trabajo hoy, y quedarme en casa con mi mujer y mis hijos celebrando en paz mi 33 aniversario. No todos los días se cumplen 33 años.”
Se levantó del lecho, se fue al baño, se echó unas manotadas de agua en la cara para despertarse, se pasó el peine y salió a la calle para tomar el autobús.

Había niebla cerrada. Se levantó las solapas de la chaqueta, puso bajo el brazo su cartera de mano y enfiló hacia la plaza de los Mártires. Las calles estaban desiertas y solamente se cruzó con otros cataneses que tenían que hacer su camino hacia el trabajo para llegar a las ocho.

Eugenio Siragusa, sin darse cuenta, iba pasando revista a su vida. Evaluaba sus logros como empleado de Arbitrios y no se sentía ni satisfecho ni defraudado; más bien aburrido, como quien ya se sabe de memoria una lección que tendrá que seguir repitiendo.

A lo largo del paseo marítimo Eugenio recibió el olor a sal, el murmullo de las gaviotas ya despiertas, el ruido de los barcos varados en el muelle, las olas. Amanecía lentamente sobre un fondo gris. Había llegado a la parada del autobús que le llevaría a su oficina habitual de arbitrios en la isla. Se cobijó en el alero y esperó.

La calle estaba absolutamente solitaria. No se veía gente, ni movimiento. Era como si un pasillo invisible hubiera dividido la zona del mar y la de la ciudad y él estuviese anclado en medio de ambas, aislado, fuera del tiempo.

De pronto sintió un zumbido agudo en los oídos. Instintivamente levantó la vista para situarlo. De improviso, procedente del mar, trayendo la dirección de la luz del amanecer, divisó un disco que se acercaba hacia él, velocísimo, de un color blanco‑mercurio. A medida que el objeto luminoso se acercaba, su brillo y su luz se hacían más intensos.

El cuerpo físico de Eugenio Siragusa se quedó como hipnotizado, paralizado, mirando sin parpadear en dirección al objeto, cada vez más próximo. A medida que se aproximaba distinguió en el interior de la esfera luminosa una especie de objeto sólido, semejante en su forma a un trompo o un sombrero de sacerdote. De repente se detuvo en el espacio y quedó colgado, inmutable, sobre la vertical del propio Eugenio Siragusa, parado en medio del paseo marítimo, mirando al cielo. Se le había caído la cartera al suelo y miraba hacia arriba en estado de trance. A pesar de que en su interior se encontrase aterrorizado, era incapaz de moverse; sus pies, sus brazos estaban como petrificados. Súbitamente, del objeto, salió una especie de rayo, que tenía la forma de un clavo invertido. La cabeza del clavo fue dirigida hacia él. Sintió que una especie de electricidad penetraba todo su ser. En el acto le invadió una beatitud que nunca había sentido. Su miedo desapareció. Notó que sus músculos físicos se relajaban y que se establecía entre el objeto y su mente una comunicación beatífica, sin ningún contenido concreto, sin que mediase palabra.



Pintura de Vito Vitulli


Luego el rayo luminoso se hizo más sutil y al cabo de un tiempo fue reabsorbido totalmente por el objeto. El globo luminoso entonces se agrandó, varió de coloración y el señor Siragusa dejó de ver la masa sólida del centro. En décimas de segundo la esfera luminosa desapareció sobre su cabeza y pudo distinguir, apenas, un puntito de luz en el espacio.

Había amanecido. La luz solar se tamizaba a través de la niebla y dejaba ver los edificios próximos. Eugenio Siragusa volvió en sí. Miró a su alrededor. Al fondo de la calle apareció el autobús.

Se agachó para recoger su cartera. El autobús paró, abrió sus puertas y siguió de largo. Eugenio Siragusa dio unos pasos, como borracho, tambaleándose. Sintió unas profundas náuseas en la base del estómago. Miró en derredor suyo. No reconocía su ciudad, la calle, los barcos... Ante sus ojos variaba la geografía de los edificios como si fuesen deformados por una cámara de ojo de pez... Todo le parecía extraño, arcaico, sucio, ajeno a él.

Aquella mañana, Eugenio Siragusa no fue al trabajo. Regresó a casa caminando y se acostó. Su mujer, Sarina, se alarmó, le hizo preguntas, pero Eugenio Siragusa permaneció sumido en un mutismo total, con la mirada en el vacío...

Continuaron sus náuseas por un tiempo. Y mientras intentaba situar en su cerebro lo que le acababa de suceder, sintió una voz que le hablaba interiormente. Nunca antes había sentido nada parecido, así que pensó: me estoy volviendo loco... Se pasó la mano por la frente repetidamente. No quiso comer nada en todo el día.

Durante la noche entró en un sueño profundo y regular.
Su mujer le observaba atónita, sin saber qué hacer, cómo comportarse. La mente de Eugenio Siragusa fue teletransportada a los archivos akashicos y comenzó a ver, en un estado semi‑consciente, imágenes de otros tiempos, de otra tierra, de otra generación.

 


Mi actividad no comenzó hasta que estuve dispuesto
a ser programado y esto sucedió cuando cumplí los
Treinta y tres años. Durante todo este tiempo he
Realizado la PRIMERA y SEGUNDA parte de la obra que
Se me pidió desarrollara y que acepté sin condiciones,
Consciente de la desobediencia de Jonás. La TERCERA
Parte de mi actividad comenzará algunos días antes
Del descenso sobre la Tierra del HIJO DEL HOMBRE”.
(Eugenio Siragusa)


Extraido del Libro "El Anunciador. (Oscurecimiento global del planeta)."

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